La frase del momento

"Si hay algo que he aprendido, es que la piedad es más inteligente que el odio, que la misericordia es preferible aún a la justicia misma, que si uno va por el mundo con mirada amistosa, uno hace buenos amigos."
Philip Gibb

domingo, 25 de diciembre de 2016

Descenso hacia la oquedad del ser

«Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.»

Algo me dice que Nietzsche, con esa frase, estaba dejando constancia de algo que desafortunadamente conocía muy de primera mano. Para mí, es una de las sentencias más desgarradoramente francas de toda su obra, posiblemente mucho más de lo que el propio filósofo conocía. Y es que parece estúpido seguir el sendero hacia un abismo que no parece tener fin, precipitarse hacia el vacío más yermo cuando aún somos capaces de volver la vista atrás, cuando todavía somos conscientes que ese lugar que transitamos nos roba todo aquello que nos hace humanos. Pero en nuestra defensa diré que esos monstruos contra los que luchamos tampoco son humanos, al menos no en un sentido estricto. Sentimientos como la soledad, la angustia o la frustración son enemigos de mucha más talla de lo que uno podría esperar y como monstruos son del todo formidables, se instalan cual parásitos y se alimentan de ti con una voracidad que no parece tener límite, te consumen poco a poco y se fortalecen: mientras te debilitas. En ese punto concreto ya no parece tan ridículo caminar hacia la perdición, aun cuando está justo delante de ti, aun cuando la sientes en todas sus formas de manera tan clara, simplemente no puedes resistirte, te domina.

Sí, me siento solo, totalmente desubicado, del todo impotente, demasiado vulnerable y sobre todo muy dolido. Estoy aterrado, pero mi mayor miedo no es el estar expuesto a todas esas sensaciones, lo que me aterra es llegar a acostumbrarme a ellas, acabar por percibirlas como algo normal, terminar de dejar que se instalen en mí y acaben invadiéndome completamente, y que acabe por olvidar del todo quién soy, o quién fui, y me vuelva una parte insustancial de mi propio, personal y desolador abismo. Pues es ahí cuando uno pasa a perseguir una soledad que odia, a encontrarse en la más patente e incondicional desubicación, a refugiarse dentro de su propia impotencia, a manifestar una debilidad que no le pega en absoluto y a justificar para sí un dolor que desde luego no necesita.

¿Y por qué cuento esto precisamente hoy? Porque estamos en Navidad, y Navidad es esa gran época para celebrar, compartir, gozar y todas esas memeces extra-edulcoradas con las que nos bombardean todos los años, no me extraña que todo el mundo parezca, esto… sea tan feliz en estas mágicas fiestas de turrón y bogavante, ¿acaso hay más incidencias de depresiones, suicidios o algún otro tema similar sobre los que a todo el mundo le gusta hablar? Ups, se me queman las galletas de jengibre que dejé en el horno, felices fiestas a todos.