La frase del momento

"Si hay algo que he aprendido, es que la piedad es más inteligente que el odio, que la misericordia es preferible aún a la justicia misma, que si uno va por el mundo con mirada amistosa, uno hace buenos amigos."
Philip Gibb

viernes, 22 de octubre de 2021

Sobre Fleming y Colón

 No sé lo que os pasa a todos con Colón últimamente, pero es entrar a Facebook y ver 200 publicaciones comentando el error que supone atribuirle el descubrimiento de América a raíz de la «noticia» (algo que se sabe desde hace décadas para mí no es noticia) de que los vikingos llegaron antes a la costa de Canadá. He llegado a leer lo siguiente «ni que hubiera descubierto la penicilina» y de esto precisamente quería yo hablaros. Cuando Fleming descubrió la penicilina ya había evidencias de sus efectos antibióticos, de hecho, según diversas fuentes –investigad, no voy a pasaros bibliografía- han sido muchos los pueblos que se han aprovechado de los beneficios de la penicilina desde hace siglos. De hecho, si queremos rizar el rizo, podríamos decir que la penicilina ya estaba ahí cuando esos pueblos la utilizaron –gracias, Penicillium.- ¿Es Fleming un impostor? ¿Deberían retirarle el Nobel?

 

¿Y qué quiero decir con esto? Pues que Fleming hizo una gran aportación cuando reveló algo inaccesible o difícilmente accesible al resto del mundo, y no sólo al revelarlo, sino al describirlo y al aplicarlo haciendo uso del ejercicio de la razón y el empirismo –y, por cierto, todo sea dicho, no se reconoció hasta décadas después-. Cuando Colón descubrió América, y sí, observad que digo descubrió, hizo algo bastante parecido. Pero primero hablaremos de terminología para aquellos que no están familiarizados con ella: «Descubrir: 3. tr. Hallar lo que estaba ignorado o escondido, principalmente tierras o mares desconocidos. 5. tr. Venir en conocimiento de algo que se ignoraba.» Y es que Colón «nos» descubrió una nueva realidad y el hito mayor no fue tanto ese, sino todo lo que implicó. Colón desafió al status quo imperante que apostaba por un modelo geocéntrico –ya en declive, eso sí, y que terminaría por caer con Copérnico años después- en una época en la que desafiar lo establecido podía salir muy caro y lo hizo siguiendo la misma base que Fleming, apostando por el ejercicio del conocimiento objetivo, de la ciencia, en contraposición a la fe –ojo, que tampoco estoy criticando esta última, más bien revalorizando la primera, la cual hasta esa fecha había estado sometida a la segunda-.

¿Y qué pasa con los vikingos? Pues que también eran unos «cracks», pero, mientras los vikingos no nos descubrieron nada, Colón sí lo hizo y al César lo que es del César. Sobre el hito en sí o sobre todo lo que conllevó, eso debería ser otro punto de debate totalmente diferente al del descubrimiento. Sobre el hito, yo particularmente, pienso que recorrer 6000-7000 Km por medio del océano tiene bastante más mérito que hacer 1500-2000 Km teniendo como referencia la costa de Groenlandia, si es que no partieron directamente desde allí, en cuyo caso la distancia sería más insignificante, y no hablo de osadía, a eso los vikingos no había quien les ganara, hablo de motivación, planificación e ingeniería. Y sobre lo que supuso prefiero no opinar, al fin y al cabo, juzgar hechos que ocurrieron hace 500 años con una visión actual para mí es un desacierto. Tan solo matizar, dudo mucho que Colón sea responsable de lo que sucedió; sin Colón, tarde o temprano, hubiera aparecido un Perico o un Paco llevando a cabo la misma gesta y con el mismo resultado, el de un pueblo o, más acertadamente, un sinfín de pueblos sometidos.

Que Dios sus bendiga a todos, pezqueñines míos. Os quiere, Jesús.

 


P.D.: Aprovecho para pediros que hagáis buen uso de los antibióticos, Fleming no dedicó parte de su vida a estudiarlos para que ahora nos dejen de servir…

viernes, 9 de marzo de 2018

RESET


Y justo cuando creía estar llegando al límite de lo que alguien como yo podía soportar llega la vida, tan puta como pedagógica, para enseñarme que todavía es mucho lo que puedo perder y que pese a estar cansado, más bien extremadamente agotado, todavía me quedan fuerzas para levantarme a batallar como llevo haciendo siempre. Quizá sea un poco brusca en forma, pero desde luego es efectiva, y es que parece que el haber perdido dos coches en poco más de un año y el haber estado dos veces ingresado en el hospital, la última de ellas un mes, no eran suficiente para que pillara el mensaje: “eh, tú, ¡despierta!”.

Hace poco una buena amiga me dijo un par de cosas que me han estado persiguiendo durante días: “¿en qué momento te volviste tan pequeño? ¿Dónde está ese chico con tirabuzones que parecía se iba a comer el mundo?” No supe qué contestar, sólo pude llorar de impotencia, seguramente ese chico no se marchó sin más un día, sino que se fue diluyendo poco a poco entre una vida llena de oscuridad, decepciones y miedo, y creedme cuando os digo que nadie lo echa más de menos que yo, pues cuando me miro en el espejo sólo veo el rostro de un pusilánime, de un fracasado. He tratado de mantener a raya esa imagen, y todos los sentimientos que evoca, con una batería de antidepresivos, estabilizadores del ánimo, ansiolíticos y antipsicóticos, aderezados con mucha filosofía y no menos paciencia (somos compañeros de viaje desde hace más de una década), pero el desgaste emocional que supone vivir bajo la misma piel que tu mayor enemigo es enorme y bastante duro resulta ya ignorar todas sus provocaciones en el día a día como para exigirme algo más: hago todo lo que puedo con lo que tengo y con lo que sé, así que en muchos momentos con no ir a peor ya me doy por satisfecho, al fin y al cabo mi camino es una prueba de resistencia, no de potencia, no importa si voy más rápido o cómodo, sino administrar los recursos de los que uno dispone con sabiduría suficiente como para, al menos, completar el recorrido.

Y sin embargo, anteayer, como en alguna que otra ocasión, la carrera se detuvo y pude respirar tranquilo por primera vez en mucho tiempo. La razón: un hombre de edad avanzada después de una jornada nocturna de 12 horas de trabajo se quedó dormido con el pie en el acelerador, invadió mi carril y yo sólo pude pisar el freno, agarrarme fuerte al volante y cerrar los ojos. Creo que aquello que pasó en una fracción de tiempo se me quedará grabado en la retina toda mi vida. Poco después, cuando recuperé un poco el sentido, pude verme sobre el airbag a medio hinchar con el interior de lo que quedaba de mi coche lleno de humo. Me quité el cinturón, salí por la puerta pegando gritos y cuando vi a la otra persona tratando de salir del interior, con una cara de terror y angustia desbordante, sólo pude acercarme a socorrerle y tratar de tranquilizarlo como sólo mi verdadero yo, el enorme, puede hacerlo. Y por primera vez en mucho tiempo me sentí útil, me sentí fuerte, me sentí vivo. Es una pena que haya tenido que pasar algo así para darme cuenta. Espero que ese hombre se recupere pronto (todavía está en el hospital), yo ya estoy en casa, me duelen hasta las pestañas, pero desde luego no puedo quejarme: en principio no tengo nada para lo que podría haber tenido.

Ahora me toca descansar, recuperarme del todo y buscar otro coche (ya van tres en poco más de un año), pero con la tranquilidad de que vuelvo a reconocerme a mí mismo cuando me miro al espejo, espero no volver a olvidarlo demasiado pronto y, si llegara a pasar, que la vida encuentre formas más sutiles de recordármelo. Un abrazo.



domingo, 25 de diciembre de 2016

Descenso hacia la oquedad del ser

«Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.»

Algo me dice que Nietzsche, con esa frase, estaba dejando constancia de algo que desafortunadamente conocía muy de primera mano. Para mí, es una de las sentencias más desgarradoramente francas de toda su obra, posiblemente mucho más de lo que el propio filósofo conocía. Y es que parece estúpido seguir el sendero hacia un abismo que no parece tener fin, precipitarse hacia el vacío más yermo cuando aún somos capaces de volver la vista atrás, cuando todavía somos conscientes que ese lugar que transitamos nos roba todo aquello que nos hace humanos. Pero en nuestra defensa diré que esos monstruos contra los que luchamos tampoco son humanos, al menos no en un sentido estricto. Sentimientos como la soledad, la angustia o la frustración son enemigos de mucha más talla de lo que uno podría esperar y como monstruos son del todo formidables, se instalan cual parásitos y se alimentan de ti con una voracidad que no parece tener límite, te consumen poco a poco y se fortalecen: mientras te debilitas. En ese punto concreto ya no parece tan ridículo caminar hacia la perdición, aun cuando está justo delante de ti, aun cuando la sientes en todas sus formas de manera tan clara, simplemente no puedes resistirte, te domina.

Sí, me siento solo, totalmente desubicado, del todo impotente, demasiado vulnerable y sobre todo muy dolido. Estoy aterrado, pero mi mayor miedo no es el estar expuesto a todas esas sensaciones, lo que me aterra es llegar a acostumbrarme a ellas, acabar por percibirlas como algo normal, terminar de dejar que se instalen en mí y acaben invadiéndome completamente, y que acabe por olvidar del todo quién soy, o quién fui, y me vuelva una parte insustancial de mi propio, personal y desolador abismo. Pues es ahí cuando uno pasa a perseguir una soledad que odia, a encontrarse en la más patente e incondicional desubicación, a refugiarse dentro de su propia impotencia, a manifestar una debilidad que no le pega en absoluto y a justificar para sí un dolor que desde luego no necesita.

¿Y por qué cuento esto precisamente hoy? Porque estamos en Navidad, y Navidad es esa gran época para celebrar, compartir, gozar y todas esas memeces extra-edulcoradas con las que nos bombardean todos los años, no me extraña que todo el mundo parezca, esto… sea tan feliz en estas mágicas fiestas de turrón y bogavante, ¿acaso hay más incidencias de depresiones, suicidios o algún otro tema similar sobre los que a todo el mundo le gusta hablar? Ups, se me queman las galletas de jengibre que dejé en el horno, felices fiestas a todos.